Debió ser a finales de la década de los 90 del siglo pasado cuando al recorrer el lomerío del Escambray después de un huracán, había una escena rara en Jibacoa, un valle intramontano de la zona montañosa de Villa Clara.
La carretera se había perdido bajo el agua, solo se podían dar unos pasos, pero sin poder reconocer el área a pesar de que durante muchos años fue una ruta semanal para ir de Manicaragua a Trinidad, a través de Topes de Collantes.
Al notar el desconcierto, un lugareño dio un punto de referencia para facilitar la orientación, mostrando un pequeño tramo sobresalilente del agua, lo que a la distancia parecía un simple tubo, pero era la parte superior del asta de la bandera de una escuelita.
Entonces fue cuando resultó posible ubicar dónde estábamos, y calcular el recorrido de un bote tripulado por varios hombres con sacos y machetes que a viva voz preguntaron si quería acompañarlos a recoger palmiche para los puercos.
Resultaba simpática la escena de que en vez de trepar a la palma, llegaran hasta su lugar más alto en una lanchita, lo cual contrastaba con el dramatismo de alguien de quien todos se apartaban como quien huye de una epidemia contagiosa.
Este redactor que no tenía a dónde ir ni encontraba pretexto para escapar, quedó atrapado entonces en una explicación detallada de las calamidades, pero no de las que se veían y estaban presentes, sino de las que vaticinaba aquel personaje.
En sus adivinaciones llegó predecir otro huracán que no daría tiempo para desobstruir la zona y desaguar, por lo que entonces el nivel de las aguas se elevaría el doble…
Tales pitonisos no han desaparecido, pues a más de 30 años de aquel de las montañas del Escambray, hace pocas horas apareció otro, pero dotado de un moderno celular que mostraba como herramienta en las que basaba sus partes del tiempo.
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Mostraba una imagen en su móvil que los presentes de avanzada edad, a la luz del sol, no podían distinguir y menos entender, pero su voz sonaba convincente al informar que Erin iba a pasar cerca de Cuba, dejando mucha lluvia, y eso crearía un escenario para que los otros tres ciclones que venían detrás causaran estragos.
Muchos oyentes fueron inducidos a comentar que los apagones aumentarían porque se iban a caer los postes eléctricos, que se caerían las casas y no habría cómo reconstruirlas, los cultivos que hasta ahora padecían sequía, sucumbirían bajos los torrenciales aguaceros.
A cada nuevo dato, el falso meteorólogo calzaba sus afirmaciones con que lo dijo el Centro de Huracanes, que eran observaciones en el lugar de aviones cazahuracanes, no como el instituto de Cuba que pronosticaba desde lejos, y que en Internet Rubiera aseguró que venían tres ciclones más.
Desafortunadamente para el personaje, una niña de unos 10 años, de esas que señalan como que solo juegan con el celular, llegó a la tertulia a traer la libreta de la bodega que la abuela había olvidado con el apuro de comprar el pan, donde se encontró con los catastróficos partes del tiempo.
Al escuchar las exclamaciones de casi terror de la abuela, la pequeña soltó: Abue, no le hagas caso a esas mentiras que dice por ahí la gente, que ni eso lo ha dicho ningún Centro de Huracanes, y mucho menos Rubiera.
Y mientras pasaba la señal del teléfono móvil hacia una tableta con pantalla de mayor tamaño, proyectó el cono de trayectoria del huracán, y el video de Rubiera que talmente parecía que estaba desmitiendo al personaje del barrio que balbuceaba incoherencias que nadie atendió.
Así, se restableció la normalidad. Concluyó aquella tormenta de falsedades informativas, y por supuesto, también desaparecieron los tormentosos pensamientos ante tres inexistentes tormentas.
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