De las segundas elijo no hablar. De las primeras sí, porque me ayudan a sonreír y me llevan a un estado de paz que mucho agradezco en estos tiempos de encrucijadas personales.
Hace unos días recordaba en el wasapeo de Senti2Cuba una de esas locas aventuras de plenilunio estival, cuando nos fuimos tres parejas para el Mirador de Mayabe, en Holguín, a tomar cerveza con el burro Pancho y a arreglar el mundo desde nuestra inocente y entusiasta perspectiva juvenil.
Con la diversión olvidamos la hora y perdimos hasta el transporte de trabajadores, que podría bajarnos a la ciudad, así que ampliamos el consumo líquido acompañado de chicharrones y nos dispusimos a vencer a pie los más de diez kilómetros que nos separaban de una cama para recuperarnos de la bien ganada resaca de aquella farra sanjuanera.
Caminar a esa edad y en buena compañía no era problema. ¡Ah, pero había tanto calor! Ya habían acostado al orejón y la piscina estaba ahí, fresquita y limpia a la luz de la Luna…
- Consulte además: Sentir en colores
No recuerdo si fue concertado o accidental, pero uno de los amigos me empujó al agua y yo lo arrastré conmigo. A los diez minutos los seis chapoteábamos a gusto, contando chistes e imitando películas, y a la media hora cada pareja había encontrado un ángulo discreto de la sinuosa alberca para dar colofón a la inusual vigilia.
Tal vez el custodio nos dejó hacer por diversión, por mirón habitual o porque ya había desistido de lidiar con ese tipo de incordias, que para él seguro eran comunes en aquel final de los años 80. El caso es que no nos amonestó hasta cerca de las cuatro de la mañana y entonces sí tocó salir loma abajo, mojados, felices y embriagados de aventura, porque ya la euforia etílica se nos había ido con el calentón.
No llevábamos ni un kilómetro caminando cuando la comida grasosa y la mezcla de bebidas empezaron a hacer su efecto, y las otras dos muchachas, más débiles de estómago, necesitaron correr para el montecito a deshacerse de su malestar.
Aliviadas las tripas, ambas se vieron ante un incómodo dilema, pues las servilletas las empleamos al salir de la piscina para eliminar otros rastros y ninguna tenía el hábito de andar con un pañuelito en la cartera.
Tras un minuto de sobresalto y ante la presión de los varones (preocupados por la hora y el trayecto), cada una tomó una medida drástica con lo que tenía a su alcance y emergió al camino, muerta de la vergüenza, pero limpia.
Claro que el chucho por aquel percance no lo pudieron evitar, y con la risa franca y contagiosa de mi ex nos relajamos rápido: mientras yo nombraba las brillantes constelaciones sobre nuestras cabezas y contaba leyendas asociadas a sus personajes, los demás hacían versiones que terminaban en sexo húmedo y casi grupal o en apuros escatológicos por el camino.
- Consulte además: Mi proyecto sexual
La buena onda duró hasta que llegamos a la parada del valle, casi amaneciendo, y uno de los chicos le pidió a su novia el billete de cinco pesos que habíamos reservado para tomar un taxi de vuelta si las cosas se salían de control.
Ella lo miró espantada; miró al piso, miró a la otra chica y a mí, como buscando solidaridad, y sin más rodeos confesó: “Lo usé allá arriba, en la loma… ya saben, cuando…”.
La siguiente escena era digna de un Oscar. Cada quien expresó su frustración a su manera, y mientras los demás llevaban las manos a la cabeza y gritaban sus maldiciones, ella aguantó el vendaval sentada en la acera, con la barbilla firme sobre sus manos y los codos en las rodillas.
Lo que había sido una embriagante alegría amenazaba con convertirse en pesado nubarrón, pero mi ex, flemático como siempre, arrancó a caminar sin mucha prisa y todos lo seguimos en fatigoso silencio.
Por el camino nos recogió un tractorista con una carreta cargada de cantinas de leche, y mientras compartíamos a saltos una generosa jarra de aquel néctar vivificador, retomamos las bromas sobre la francachela de la víspera.
De pronto, sin ponernos de acuerdo, cinco miradas coincidieron en la otra chiquilla y el marido se animó a preguntar, casi con miedo: “¿Y tú qué hiciste pa resolver allá arriba?”.
Ella nos sostuvo la mirada, sonrió un poquito para restar tensión al momento y le soltó a rajatabla: “¿Te acuerdas de la tanguita que me compraste hace unos días, la que te pedí mucho porque a ti también te iba a gustar? Pues si quieres verme con ella tendrás que comprarme otra… o si lo prefieres, regresar a buscarla entre los matorrales, mi amor”.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.