Desde el 22 de mayo del 2002, el mundo celebra el Día Internacional de la Diversidad Biológica, una fecha instaurada por la Organización Naciones Unidas (ONU) para generar conciencia respecto a la importancia de los ecosistemas, promover iniciativas ambientales y realizar acciones concretas en la reducción de agentes contaminantes.
Bajo la premisa «Armonía con la naturaleza y desarrollo sostenible»,los organizadores de la campaña de 2025, demostraron la conexión entre el cuidado de las especies, las actividades económicas e incentivaron el cumplimiento del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB).
En la actualidad, cerca de 196 estados se suscriben a los estatutos del acuerdo establecido durante la Cumbre de la Tierra de 1992. Sin embargo, en un contexto donde los valores del mercado rigen la mayoría de las decisiones de la política internacional, proteger la diversidad biológica parece una utopía.
Aunque organizaciones como el Fondo para el Medio Ambiente Mundial abogan por el empleo moderado de los recursos naturales, las potencias capitalistas priorizan el mantenimiento de las sociedades de consumo. Sus lógicas productivas ocasionan la pérdida del hábitat natural de muchos seres vivos, afectan el equilibrio de los ecosistemas y reducen el número de especies de los territorios.
Potencias como Estados Unidos evaden las legislaciones del Protocolo de París por considerarlas incompatibles con su modelo de eficiencia económica. Mientras tanto, destinan inmensas sumas al mejoramiento de la industria armamentística, renglón que les permite mantener su hegemonía sobre las naciones del hemisferio norte.
De acuerdo con informes del Departamento de Defensa norteamericano, tan solo en el año 2024 la gestión de Joe Biden aprobó 886.000 millones de dólares para reforzar el poderío militar del país. Buena parte de dicho presupuesto financió el conflicto entre Rusia y Ucrania, patentó el genocidio de Israel e intensificó las acciones subversivas contra el estado cubano.
Reorientar incluso una pequeña fracción de semejantes cifras hacia iniciativas ecologistas como la creación de reservas naturales, áreas protegidas y energías renovables permitiría avanzar en los objetivos de la Agenda 20-30, pero los gobiernos imperialistas prefieren ignoran el impacto de sus acciones sobre los pueblos futuros.
La protección de los ecosistemas no constituye solo un deber ético, de su avance depende la supervivencia del ser humano. En los contextos actuales, permanecen más vigentes que nunca las palabras del Comandante en Jefe Fidel Castro cuando expresó en la Cumbre de Río de Janeiro :
«Una importante especie está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva pérdida de sus condiciones naturales de vida: el hombre».
En tanto las naciones desarrolladas no se movilicen en el cuidado la diversidad biológica, la responsabilidad recaerá en los llamados «países del tercer mundo». Aunque su limitado presupuesto les impide acceder a tecnologías menos contaminantes, la cooperación Sur- Sur podría representar un punto de partida.
Disposiciones como la Tarea Vida, plan de estado del gobierno cubano contra el cambio climático, demuestran que proteger la naturaleza no constituye una utopía inalcanzable, depende de una voluntad férrea para alcanzar el desarrollo sostenible a pesar de los problemas financieros.
En el panorama geopolítico moderno, la protección del Medio Ambiente y el desarrollo industrial parecen conceptos irreconciliables, pero de continuar los parámetros de consumo actuales , la humanidad afrontará en pocos años las consecuencias de un holocausto ecológico.
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